Tener hijos es fácil (o relativamente fácil), porque la mayoría de
parejas los tiene. Pero claro, tener hijos supone tener que
responsabilizarte de ellos, de su bienestar, de su educación y en
definitiva supone tener que prepararlos para la vida que tienen que
vivir cuando decidan hacerlo sin nosotros, por sus medios, tomando sus
decisiones y relacionándose con los demás sin nuestra presencia.
Todo esto es un proceso que empieza el día que nacen y que no acaba
nunca, porque incluso cuando son mayores y los padres deciden no
intervenir están educando, y es una responsabilidad de los padres, pero también del resto de la sociedad.
Si ya es difícil para los padres educar a un hijo, si a veces nuestras
neuronas sacan humo tratando de buscar soluciones, imaginad qué difícil se hace cuando además tenemos que explicar las conductas de otros adultos (o de nosotros mismos).
Hace tres días os dejé la primera parte
de esta entrada. Una entrada escueta llena de preguntas, llena de
porqués, siendo preguntas que cualquier niño podría hacer a sus padres.
Algunas las inventé yo y otras las plasmé tal cual mi hijo el mayor me
las ha ido haciendo a lo largo de los últimos meses.
Es cierto que todos cruzamos cuando el semáforo está en rojo y no
pasa ningún coche, pero yo no lo hago si veo niños esperando (e intento
no hacerlo incluso cuando no hay niños), por respeto a ellos y a sus
padres. Están aprendiendo que cruzar en rojo es peligroso y no es ético
que mientras ellos esperan yo cruce con toda mi parsimonia, como vemos
mi hijo y yo a menudo mientras esperamos al semáforo, que casi dan ganas
de decir “gracias por ayudarme a educar a mi hijo”.
Pero el semáforo es sólo un ejemplo de tantos. Gente que tira
cigarrillos con el coche en marcha, que baja la ventanilla para tirar
cosas, que las tira mientras camina por la calle, ver a tus hijos
agachados en la arena de la playa cogiendo colillas de cigarros,
envolturas de bolsas de patatas y basurillas varias preguntado “¿esto
qué es?” y tú respondiendo “basura, hijo… unos marranos la han dejado
ahí, cuando podrían haberla tirado a la papelera”.
Son infinidad de cosas que la gente hace mal porque ha perdido, probablemente hace tiempo, el respeto por las demás personas. Lo más gracioso es que luego todo el mundo pide para sí ese respeto que no profesa.
Los adultos somos los que tenemos la llave de la educación de
nuestros hijos. De nosotros depende en grandísima parte que nuestro hijo
sea una gran persona o que no lo sea, que sea respetuoso con el medio
ambiente, con las personas y en general con su entorno o que piense que
el mundo le pertenece y que todo gira a su alrededor, y no hablo de
cuando son niños, sino de cuando crecen y llegan a adultos.
El futuro de nuestra sociedad depende de la herencia que dejamos a nuestros hijos
y, sinceramente, a mí me da bastante vértigo poner la mente en blanco y
observar la sociedad en la que vivimos, bastante putrefacta (quizás
haya una palabra mejor para definirla, pero ahora mismo no la encuentro)
tanto a pie de calle como a un nivel superior (las personas que nos
reinan y gobiernan, que nos dirigen y controlan) y llego a una única
conclusión: educar a un niño, ciertamente, es una de las tareas más difíciles que existen porque la sociedad no ayuda a hacerlo.
Es algo casi exclusivo de los padres y la escuela (y me fío más de los
padres que de la escuela) y además de no ayudarnos con nuestros hijos,
nadie nos ayuda para que les eduquemos, con horarios horribles y una
conciliación laboral y familiar lamentable.
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